MORIRSE ES UN FIESTA. Noveleta de Norberto José Olivar. Por Valmore Muñoz Arteaga



I. Las narraciones iniciales de Norberto José Olivar apuntan hacia una fusión entre la historia y la literatura, algo muy poco original en Venezuela. Sin embargo, lo que si resulta importante y digno de destacar es su iconoclasta compromiso con la región y su cultura. En sus primeros libros puede verse con todo el descaro del mundo cómo va intentando, no destruir, sino darle dimensión humana a muchos héroes de la historia civil y militar del Zulia. Afirma el propio Norberto José Olivar en una entrevista concedida al diario El Mundo fechada el 4 de abril del 2006 lo siguiente: “La visión del pasado histórico es muy exagerada en cuanto a tradiciones culturales, literarias, políticas, económicas. No se corresponden la realidad con los vestigios del pasado”. Más adelante agrega: “Nos quieren imponer héroes como lo máximo, entonces ¿qué se espera de nosotros? Si los ciudadanos del presente no pueden ser mejores que sus héroes, los estás condenando. Los movimientos actuales están fundando las bases de una ciudad y una región verdaderamente importantes. La sociedad que no supera a sus héroes está condenada al fracaso”. Una posición que lo llevó a publicar novelas como El Hombre de la Atlántida, especie de biografía novelada de Jesús Enrique Lossada que le ganó el desprecio silencioso de ciertos intelectuales de la región. Así como narraciones breves, entre ellas, La guerra de Zingg que aparece en el libro La Ciudad y los Herejes. Cuento en donde plantea la vinculación de importantes familias alemanas de Maracaibo con el régimen hitleriano. Dentro de ese discurso herético estaban transcurriendo sus libros. Sin embargo, hubo un quiebre. Un quiebre que evidenciaba la transformación del artista, transformación muy al estilo de Hesse. Una transformación que no sólo se percibía en cuanto a lo literario, sino en lo personal y que se evidenciará en su obra posterior. Ese quiebre lo representa sin lugar a dudas Morirse es una fiesta. Una novela corta concentrada en la reflexión literaria. Una novela en la cual Norberto José Olivar deja su manifiesto literario, su concepción del hecho literario, su visión de la novela.



II. La novela describe la atormentada relación entre Ernesto Navarro, un escritor y profesor universitario recién arribado a los 40 años, y Sylvia, una enigmática, sensual y joven ex alumna. Una historia que, si bien es cierto, no es nada novedoso en la literatura –Nabokov y Coetzee bien lo saben – se presta, o le sirve al autor para reflexionar en torno al proceso creador. La novela se desprende, entre otras, de una lectura en particular. Las Piadosas de Federico Andahazi le brinda las pautas que desarrollará en su novela. Andahazi le muestra a Olivar los caminos más aturdidos en el ya oscuro transe de la sexualidad, que marcarán el perfil de unos personajes alucinantes y diabólicos:

- Eres incapaz de reconocer, aún en tu propia obra, las puertas que te he puesto para que llegues a conocerla… Recuerdas al profesor Ramón Pérez. Brenes, ¿sí?, pues terminaste avergonzándote de él, ¡de tu propio personaje!, ¿me entiendes? Sólo te emociona la basura, la apariencia, no miras al alma de tus criaturas, no las conoces, todas ellas son puertas a la muerte, a la liberación del infierno, y tú las desprecias, las ignoras. Eres un imbécil, debes reconocerlo, Ernesto; y aún así estoy dispuesta a que me hagas tuya.[1]

La literatura se transforma en la obsesión del escritor. El libro abre con un epígrafe muy develador de Mario Vargas Llosa: “Nosotros hacemos tantas cosas juntos. Vamos al cine, a exposiciones, a recorrer librerías, y discutimos horas de horas sobre política, libros, películas, amigos comunes. Y crees que yo estoy haciendo esas cosas como las haces tú, porque te divierte hacerlas. Pero te equivocas. Yo las hago para ella, la solitaria. Ésa es la impresión que tengo: que todo en mi vida, ahora, no lo vivo para mí, sino para ese ser que llevo adentro, del que ya no soy más que su sirviente”. En eso se transforma Ernesto Navarro en la novela, en una especie de sirviente de Sylvia. Es subyugado y hasta humillado terriblemente, pero no puede deshacerse de ella. Y no puede hacerlo por una razón muy simple, ella le permite alejarse del peso limitante de la realidad, de la cotidianidad. Ella se transforma en las puertas del ensueño que definieron estupendamente los románticos. Sylvia más que carne suculenta, es puente comunicante con otros estados del alma:

SOMOS MUCHÍSIMO MENOS de lo que soñamos, de lo que vemos en el espejo, por eso, cuando vuelvo a la realidad me siento defraudado, empobrecido. No existe algo más horrible, Sylvia, que el tiempo que transcurre cuando abandonamos los cafés. Las cosas no son como son, sino como las vemos, como las hacemos, por eso me resisto a que te váis, a que te desaparezcáis así como si nada, a copular como perros, necesito que mintáis, sí, que me rellenéis de mentiras, que me enajenéis por completo, que me enterréis de cabeza en tus entrañas, que me esclavicéis sin piedad, que me flageléis, que desbarajustéis mis prioridades y te coronéis sobre ellas, pero te lo ruego Sylvia, no me dejéis volver a la realidad, ojalá podáis desollarme, salvarme de esa doble muerte que me espera paciente y amorosa.[2]

Idea que nos recuerda a otra escritora (de hecho a muchos) pero que conforma, junto a Olivar, este brote de la actual voz de la narrativa venezolana, a pesar de que ella sea cubana de nacimiento. Vivian Jiménez en su novela La Columna que Dibujaste dentro de Mí escribe lo siguiente: “La búsqueda de un lenguaje propio no le permitía usar su propio lenguaje, y el texto se le volvía una combinación de ladrillos huecos. El lenguaje estaba, sólo era necesario soltarlo. No era la raíz, sino el fruto. La palabra no es lo que crea, sino lo que libera”.[3] En la palabra y, por consiguiente, en la literatura se fragua el germen de un mundo. Un nuevo mundo proveniente de las ensoñaciones del creador. Como apunta Gaston Bachelard, la creación poética [literaria] consiste en una huída fuera de lo real. Se edifica un mundo, “un mundo [que] se forma en nuestra ensoñación, un mundo que es nuestro mundo. Y ese mundo soñado nos enseña posibilidades de crecimiento de nuestro ser en este universo que es el nuestro”[4] Tal y como sucede con los románticos, en especial, los alemanes, Olivar emplea la literatura encarnada en la divina Sylvia, para escapar de un mundo hostil. Norberto José Olivar decide entonces negar la realidad y sustituirla por un universo personal. Comienza a tejerse entonces una descarnada lucha por vencer a la realidad que nos hace finitos y grises:

- Yo soy tu Elizabeth, mi amado príncipe Draculea. Esta vez no me arrojaré al río desesperada. Te he venido a buscar, a salvarte. Ella me lo ha permitido. No me desprecies, ven, podemos amarnos por la eternidad.
Cuando acabó su diálogo, como salido de una obra de Tellado, afincó la afilada tijera en su mano y se hizo una cortada algo profunda. Yo traté de pararla, pero fue inútil. Alzo su mano hasta mi cara y me dijo, en el mismo estilo romántico y solemne, que bebiera su sangre.
- Te unirás a mí y tendrás vida eterna.
- ¿Cómo sabes que quiero ser eterno?
- Escribes… No permitas, Ernesto, que el absurdo de Van helsing nos gane otra vez.
- ¿Abraham Van Helsing?, ¿no entiendo?
- No dejes que la realidad clave, otra vez, la estaca en tu corazón, que te arranque la cabeza. Anda, bebé mi sangre, y seamos uno desde ahora.
- Somos para la muerte, Sylvia.
- No seas tonto, qué sabes tú de la muerte. ¿Acaso has regresado de ella?, ¿has hablado con alguien que esté muerto?, ¿no te parece eso una idiotez, Ernesto? Yo sí conozco la muerte, mi fuerza viene de ella y estoy tratando de enseñarte lo que sé, pero no con palabras rebuscadas, sino dándote el privilegio de vivir tu propia muerte, de vivirla y contarla, ¿de eso se trata, no?
[5]

III. Olivar rescata la figura del vampiro para explicar parte del fenómeno literario. ¿Por qué lo hace? La respuesta la ofrece Víctor Bravo: “En ningún lugar como en el vampirismo se expresa tan claramente la razón de lo otro que irrumpe y aniquila el yo para poder instalarse en la vida”[6]. Y ese yo es justamente lo que ata a Ernesto a su vida absurda, de la cual desea escapar a toda costa. El vampiro, según Víctor Bravo, nos enfrenta a la disyuntiva entre la vida y la muerte, o lo que llevándolo a los terrenos de Morirse es una Fiesta, realidad y ficción. La realidad es la muerte y la ficción sin duda, es la vida, la vida que además se hace eterna. Abraham Van Helsing es el científico obsesionado con la aniquilación de Drácula. Van Helsing es la representación del pensamiento racional y científico; por lo tanto, Drácula es la representación del ensueño, de lo irracional, de la fantasía, del mundo al cual desea pertenecer Ernesto Navarro. Al mundo al cual desean pertenecer los creadores: “Lo que uno escribe, Sylvia, es más bien para inventarse otros destinos y olvidar el tedio de lo que nos toca”[7]

En "Un Vampiro en Maracaibo", Norberto José Olivar apunta lo siguiente:

Las novelas dejan marcas en la cara que se ven desde lejos. Son una especie de granadas fragmentarias que te sajan por todas partes. Y los novelistas, dice el Duque de Rivas, somos seres malvados, que atacamos a la “célula básica de la sociedad”, enaltecemos el adulterio, la fornicación, agredimos a la religión, la política, azuzamos a los menesterosos contra los ricos y nos ponemos lujuriosos ante la muerte y la sangre. De sinceridad, no le veo la gracia a esta idea del susodicho noble; Patricia, mi Patri, para citarla, me ha dicho exactamente lo mismo. Por eso, escribir novelas es un oficio muy peligroso.[8]

IV. Morirse es una Fiesta de Norberto José Olivar es, además de uno de sus mejores libros, uno de las mejores novelas escritas en el Zulia. Una texto que lo hace, y no exagero en esta afirmación, en el más importante narrador en la, no muy prolífica, tradición literaria de la región. Y cuando hablo de no muy prolífica, no sólo me refiero a cantidades. La literatura zuliana sólo tiene una referencia literaria que se sostiene sola, y es la obra del poeta Hesnor Rivera. La obra de Olivar parece colocarse muy cerca de la del bardo surrealista. Creo, sin temor a equivocarme, que este texto de Morirse es una Fiesta se hace fundamental para comprender, en parte, el fenómeno que está ocurriendo en las letras venezolanas.


Notas
[1] Olivar, Norberto J. (2005) Morirse es una Fiesta. Taller de editores Rojo y Negro. Maracaibo, Venezuela.
[2] Ídem.
[3] Jiménez, Vivian (2003) La Columna que Dibujaste dentro de Mí. Alfadil Ediciones. Caracas, Venezuela.
[4] Bachelard, Gaston (2000) Poética de la Ensoñación. Fondo de Cultura Económica. México.
[5] Olivar, Norberto J (2005) Ob. Cit.
[6] Bravo, Víctor (1993) Los poderes de la Ficción. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela.
[7] Olivar, Norberto J (2005) Ob. Cit.
[8] Forma parte de la nueva novela de Norberto José Olivar, cuyo nombre aún está por determinarse, pero que, tentativamente, ha colocado: Historia Verídica de un Vampiro en Maracaibo.

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