CARTA A ROBERT BLOCH. Por H. P. Lovecraft

Torre Sellada de N'kung
Hora de la Señal de la Nebulosa Oscura
(hacia Septiembre de 1933)

Querido Bho-Blôk:—

Me asombras cuando dices que sólo sueñas unas dos veces al año. Yo no puedo quedarme dormido ni un par de segundos—incluso en mi sofá o en mi escritorio—sin experimentar los sueños más vívidos; que no siempre son bizarros o fantásticos, pero siempre claros como la vida misma. Raramente sueño cosas cotidianas recientes, tiendo a retrotraerme 30 años o más a mi infancia—periodo que es sin duda el más feliz de mi existencia. En nueve de cada diez sueños, soy un niño en pantaloncitos cortos en la casa de mi niñez, junto a mi madre, mi abuelo y otros parientes y amigos fallecidos. Habitualmente el escenario suele ser bastante consistente—caballos y carruajes, cochecitos de calle con las capotas abiertas, etc. —aunque ocasionalmente algún elemento moderno se encuentra ilógicamente insertado en la atmósfera de 1903. En otras ocasiones estos elementos modernos se ven adaptados o reconciliados con el año 1903 de una forma que resultaría extremadamente ingeniosa si se tratase de un trabajo consciente. Pero aparte de estos sueños comparativamente mundanos, ocasionalmente tengo algunos estrictamente fantásticos, buen material para la escritura de relatos. La noche pasada me encontraba entre un partida de hombres aprensivos y silenciosos armados con un artilugio oculto parecido a una ankh o crux ansata—trepando por escalera y siguiendo un precario camino sobre los apiñados tejados de una podrida e increíblemente antigua ciudad, en búsqueda de un vago ser de infinite e increíble malignidad que ha estado afligiendo a los lugareños. Una vez—a la luz de una luna leprosa y decreciente—vimos a esa cosa…un ser negro, agazapado, de grandes orejas, del tamaño aproximado de un enorme perro, con un vago parecido a las gárgolas de Notre Dame. Al final escapó de nosotros de manera peculiar. Nuestro líder, parecía, era un hombre joven de aspecto distinguido montado a caballo, que no trepó por los techos como lo hicimos nosotros siguiendo sus órdenes. Todos a la vez, perseguimos a la cosa de techo en techo haciéndola recular a la vista de nuestras ankh de resplandeciente metal, la cosa extendió unas rudimentarias alas de murciélago y voló hacia nuestro líder que permanecía montado sobre su caballo muy lejos de nosotros. Mirando hacia abajo, vimos a la blasfemia fundiéndose plástica y horriblemente con la apuesta figura del capitán y su montura, hasta que en un instante había un ser donde antes hubo dos…un impresionante ser híbrido cubierto por la capa de seda de nuestro capitán, con el negro hocico y las enormes orejas de la maligna entidad en el lugar de la cara. Miro hacia arriba y de reojo—aullando cosas que no pudimos comprender—y salió a galope tendido sobre el caballo que una vez fue de nuestro capitán. Quedamos confusos—descendiendo alocadamente por el suelo sin nieve, aunque levemente helado—cuando me desperté. Y eso es todo, insuficiente para un relato, pero un típico ejemplo del tipo de sueños que tengo una—o quizás dos veces—a la semana.


Tuyo en el Rito Negro de Yaddith
Eich-Pi-El

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