EL PASAJERO DE TRUMAN. Por Alberto Barrera Tyszka


Hay un nuevo vigor en la narrativa venezolana. Y, probablemente, entre otros muchos factores, esto también tenga que ver con la existencia de un espíritu distinto entre los escritores, o también con la aparición de otro tipo de autores, venidos de otros mundos, ajenos a las pequeñas, y a veces estrechas, cofradías literarias. Hay una mudanza de ánimo, de estilo, de curiosidad. La gente está más atenta a lo que escribimos, pero también nosotros estamos más atentos ante los lectores. Hay una experiencia distinta de contagio. Parece que por fin estamos venciendo ese resentimiento venezolano, empeñado en sostener que un libro que nadie compra y que nadie lee es un libro buenísimo, una genuina joya literaria.
Francisco Suniaga pertenece a esa otra raza de escritores.
Publicó La otra isla, su primera novela, de manera discreta, sin grandes estridencias, en el año 2005. El libro, por sí mismo, gracias a la gratuita euforia de quienes nos hundimos en sus páginas, comenzó a recorrer la ruta de las buenas obras: navegar a solas, vivir de manera independiente, seduciendo lectores. Tres años más tarde, regresa Suniaga con una nueva novela: El pasajero de Truman.
Dos hombres de noventa años, después de décadas sin verse, deciden juntarse a conversar sobre un día que aún ambos tienen pendiente en el recuento de sus vidas: la mañana en que Diógenes Escalante jamás llegó a desayunar con el presidente Isaías Medina Angarita. El día en que Diógenes Escalante se volvió loco y, sin otra justificación, cambió el rumbo del país. Esta conversación, entre dos testigos de ese momento, es el disparador de la nueva obra de Suniaga.
Apelando a referentes reales, echando mano de una anécdota tan sorprendente como insólita, la novela nos invita de pronto a viajar -por una ruta casi olvidada- hacia nuestro siglo XX.
Ha dicho Francisco Suniaga que no desea que El pasajero de Truman sea encajonada como una "novela histórica". No le gusta la etiqueta. Y tiene razón.
Esa categoría esconde, para la mayoría de los escritores, una servidumbre, un procedimiento según el cual la literatura es sólo un dócil y eficaz instrumento de una supuesta disciplina mayor: la historia.
Pero por supuesto que estamos ante una novela que mantiene una honda relación con la historia. Este libro nos ofrece un insoslayable retrato de la historia política que fraguó el nacimiento de la democracia en Venezuela. Hay aquí una radiografía, como pocas veces lograda, de la lucha de la experiencia civil en pugna con la tradición militarista del país.
Esta novela propone un relato del poder, del ejercicio y de la concepción de poder, que hemos desarrollado como sociedad...Y, también, no podía ser de otro modo, El Pasaje ro de Truman es un espejo: sin ninguna intención editorial, la propia novela, nos devuelve, a cada rato, voces y miradas, preguntas, que irremediablemente quedan goteando sobre el presente que hoy vivimos.
Sí. Por supuesto que esta novela dialoga con la historia.
Pero no se pone al servicio de sus discursos. Por el contrario: los reinventa. El pasajero de Truman demuestra que es falsa la oposición entre la verdad histórica y la mentira literaria, entre lo fáctico y lo imaginado. Como bien refiere el crítico y narrador argentino Ricardo Piglia, la ficción es otra forma de lo real.
Y, en este sentido, esta nueva novela de Francisco Suniaga versiona la historia desde su vertiente más compleja e inclasificable, desde la más irrepetible, desde la narración de una tragedia personal: la vida de Diógenes Escalante.
Este es el relato de un deseo postergado, derrotado y, finalmente, secuestrado por la locura. Esta es, entonces, también, una novela íntima.
La diferencia fundamental entre la literatura y la historia, entre la literatura y el periodismo, reside justamente ahí: la literatura no necesita verificar nada, no requiere demostrar ni comprobar nada. Sólo tiene que ser verosímil. Depende más de su propia narración que del referente histórico al que apela constantemente. Eso es El pasajero de Truman. Nada de lo que está en este libro, tal vez ocurrió en realidad. Nada, tampoco, quizás ocurrió tal como está escrito. Y, sin embargo, todo lo que está en este libro es una verdad irrefutable, una verdad extraordinaria. Ese es, precisamente, el poder de la literatura, de la buena literatura. Francisco Suniaga lo sabe.
No en balde, muy temprano, en la página 20, advierte de manera trepidante: "Les digo esto porque en Venezuela ha sido más fácil hacer la historia que contarla". Aquí está, entonces, la historia.
Magníficamente contada. Ahora, la palabra la tienen los lectores.

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