SI YO FUESE DIOS PARABA EL SOL SOBRE LISBOA. Por Antonio Lobo Antunes

Este mes de septiembre, el mes de mi cumpleaños, me ha costado. Me hago preguntas sobre preguntas acerca de mí mismo y de la angustia del sentido de la vida, y de la forma cómo me relaciono con ella. Lo que puedo hacer o debo hacer. Sale un libro ahora, trabajo en otro: ¿y después? ¿Qué significa eso para mí? Mis defectos aparecen de forma mucho más clara y dolorosa. No sólo mis defectos: mis insuficiencias, mis errores. Siempre pensé que un libro salvaba todo: no salva. No obstante, sigo escribiendo como si ese acto contuviese en sí mi salvación. Sé bien que llegará el momento en que los libros de por sí contarán, porque yo, en cuanto persona, no tengo ninguna importancia, a veces ni siquiera para mí mismo. Me veo de forma cada vez más distanciada y sin indulgencia. Lo mejor que me ha quedado: la certeza de haber fallado. ¿En qué? No estoy deprimido. No tengo tiempo para depresiones. Soy apenas un hombre, delante de su espejo interior, que no le gusta lo que ve. ¿Qué podía haber hecho? ¿Qué debía haber hecho? Esta permanente tortura que la gente disfraza. La idea recurrente de aquello, quiere decir que la única cosa que la vida nos da es un cierto conocimiento de ella que llega demasiado tarde, siempre demasiado tarde. Grandes perros negros se devoran dentro de mí. Estas crónicas se convierten, cada vez más, en un itinerario paralelo a los libros. Desde el punto de vista artístico recibí más de lo que podría haber deseado, no obstante, tengo las manos vacías. Ahora concedí dos entrevistas que nunca debí haber hecho. No cuestiono la competencia y la honestidad de los periodistas, pero no me reconozco en nada de aquello. No soy así y no soy capaz de revelar lo que soy. Los libros hablan mucho mejor que yo.
El que aparece en los periódicos es un extraño y hasta las fotografías son mentiras porque no me parezco a mí. Estoy cansado de esos juegos. Me gustaría desaparecer detrás de las palabras, ser de hecho el nadie que soy: un nombre apenas, una portada. Y dejar el resto para mí, dado que no tengo ninguna importancia colectiva.
Ahora es de mañana y está el sol. Ningún ruido a mi alrededor. Si yo pudiera pasar la vida en limpio, como diría Drummond, corregiría casi todo. Qué pena que no podemos enmendar los días, lo que hacemos, lo que somos. ¿Algún espíritu del mal distorsionó todo o fui yo quien lo distorsionó? Terminando esta crónica retomo la corrección del libro con la esperanza de que al arreglarlo, me arregle. Fui siempre honesto al escribir. ¿Y en las otras cosas? ¿Sería vanidoso si pienso que sí?
Ahora es de mañana y está el sol. Si yo fuese Dios paraba el sol sobre Lisboa, escribió Fernando Assis Pacheco. Tan linda mi ciudad con sol, tan lindo mi país con sol. Viene el otoño, el invierno, los días cenizos que se decoloran para nosotros. No me gusta el frío ni la lluvia. Si yo fuese Dios paraba el sol sobre Lisboa. Lo siento en la calle, incluso con estos vidrios opacos.
- Está el solecito, ¿qué hora es?
preguntaba el ciego. Estos son los diminutivos de que tanto gusto. Esta maravillosa lengua tan plástica, tan dúctil. Qué suerte escribir en portugués. Fernão Lopes: esta menguada manera de escribir. Esta menguada manera en la que todos nos escribimos. No hay ni viento. Gatos y palomas. ¿Fernão Lopes o Fernão Mendes Pinto? Terminar la crónica. Volver hacia el libro de mi menguada manera. Ojalá el sol continúe parado sobre Lisboa, parado sobre mí y yo impregnado de él. Vestido de él. Ahogado en él. Si yo fuese Dios. Si yo fuese Dios sería una carga de trabajo, no le envidio la suerte. Ayer comí en casa de mi mamá con mis hermanos. Válgame eso. Algunas noches salgo de ahí con más paz, otras en una guerra inmensa conmigo, llevando todo el pasado a cuestas, que alegra y duele. Nada cambió y todo cambió: cómo me gustaba ser pragmático en lugar de vivir en una nube cuyos límites, allá, distingo mal. O será que la nube soy yo. Gaseoso. ¿De qué sustancia estoy hecho? Estoy a punto de dejar que la pluma corra a su gusto, sin vigilar nada. Que haga lo que le apetezca. El sol desapareció, volvió. Veo que vuelve, regreso al papel. Está el solecito, ¿qué hora es? Júlio Pomar
- Aguántate
hay alturas en las que es difícil aguantar, Júlio. Qué destino, qué señal. La voz de él:
- Cómo estás?
y la insistencia de preguntarme eso a mí que nunca sé cómo estoy, nunca supe cómo estaba.
- Cómo estás?
es la pregunta más difícil de responder en el mundo. En la tropa teníamos a un dentista que era un soldado a quien enseñaron a arrancar los dientes. La gente se sentaba en una silla de brazos, él le ponía un alicate y decía:
- Póngase frirme
y comenzaba a halar. Vi cómo sacaba una muela al capellán, con las rodillas sobre su pecho porque la muela no salía. Al final lloraba el capellán, lloraba el dentista, se secaban las lágrimas, y el alicate avanzaba de nuevo
- Póngase frirme mi capellán
el capellán agarradito de los brazos de la silla, las rodillas inmensas en las costillas, un ruido escalofriante del diente que se quebraba, que cedía, que salía, y el capellán blanco como el caballito de papel que se tambalea en la parada. En los momentos de desespero me decía
- Ponte frirme
y comencé a halar del primer diente del alma que cogí, las rodillas apoyadas sobre mí mismo. De modo que es lo que voy a hacer ahora, en este final de septiembre que tanto me ha costado. Al principio escribí: lo que puedo hacer, lo que debo hacer. Pues bien, debo ordenarme
- Ponte frirme
y halar mi lluvia interior con el alicate. Si con el capellán dio resultado por qué bulas no va a darlo conmigo. Y después de lanzar todo aquello en el cubo
(- ¿Quiere ver su dientecito mi capellán?)
ser Dios por unos minutos y parar el sol sobre Lisboa. Pues ahí está la solución: parar el sol sobre Lisboa, parar el sol sobre mí
- Ponte frirme Antonio
hasta que no tenga necesidad de ponerme frirme.
Traducido por Vivian Jiménez

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