TODAVÍA SIN NOMBRE. Por Valmore Muñoz Arteaga

a V. R. J. L


I
Hablas desde esa distancia más rara que la noche. Has hablado sobre cuerpos y ciudades sólo palpables a ojos cerrados. Tu cuerpo habla sobre mi cuerpo que sangra la noche por los ojos. Los pájaros –misteriosos pájaros– gritan de lejos la crueldad de los dioses mientras, como soplo que aprisiona la lámpara, la fibra de los días tiembla de sed y de sueño. Tiembla pavorosa. Reconozco tu voz cuando habla roja como ángelus incendiado.
II
Me prenso furiosamente a eso que parece ser el río que brota entre tus muslos. Chupo del ojo del navegante tus entrañas más lejanas. Chupo hasta que las campanas del fin del mundo crepiten las sombras proyectadas en la frente de la bestia. Nos caminamos siguiendo la huella del silbido ahogado de la soledad, paseando entre cementerios, cruces, la nostalgia de los océanos, charcos de ceniza, el mundo. Nos caminamos embriagados por el fuego. Camino contigo por esta necesidad de atarme al brinco sonoro de tus senos. Al ciclo quemante que bordea la punta de tus pezones donde se descubre el propio perfume de los desvelos. Camino y me vuelvo con cada paso algo que creía no ser. Sólo palabra sin más, sólo palabra sin menos. Y me reinvento cada día a cada paso para no perder el embriagante sabor de la leche que te mana.
III
Te hablé entonces con voz prestada. “Si usted, señora, y yo fuésemos, por ejemplo, osos hormigueros, en lugar de conversar entre nosotros en este rincón del bar, tal vez yo me adaptaría mejor a su silencio, a sus manos detenidas en el vaso, a sus ojos de merluza, de cristal flotando en algún lugar de mi calva o en mi ombligo, tal vez nos podríamos entender con una complicidad de hocicos inquietos olisqueando a medias en el cemento añoranzas de insectos que no había, tal vez nos uniríamos, al abrigo de la oscuridad, en coitos tan tristes como las noches de Lisboa, cuando los neptunos de los lagos se desprenden del barro de su musgo y pasean por las plazas vacías sus ansiosas órbitas oxidadas” y mientras te hablaba desde esa voz que no es mía pero que me hace tuyo, me palpabas porque “tal vez, palpándome, yo me descubra unicornio”
IV
Te tumbas de espalda y me dejas treparte. Tus nalgas se hacen enjambres de perros hambrientos que me devoran. Mis manos se multiplican en tus caderas para profundizar la herida. Jadeo desordenadamente. Ríes como maldición de antaño. El trueno esparce su solemnidad de furia y en el temblor devoras uno a uno mis hijos. Detrás los vagabundos pretenden mear la memoria de las flores. Los condenados de este mundo organizan las fiestas para recibir a las muchachas obsesionadas con el suicidio. Yo, tembloroso todavía, sigo traficando mi deseo hacia tu sexo para que lo ocultes, lo guardes, lo protejas de la luz.
V
¿Qué somos? Somos palabras. ¿Literatura? Si, literatura con toda la humilde jactancia. Somos páginas escritas y que escribo mientras tú me escribes desde otra dimensión que no es otra que la misma donde te he inventado para mí. Somos otra cosa, quizás tú seas tú misma y yo, como Bolaño, sea “un detective viejo y enfermo que busca gente perdida hace tiempo”. Yo no busco gente perdida. Busco el olor radiante de tu desnudez. Busco escribir la infancia de la eternidad. Somos palabras, quizás verbos ciegos que deambulan sin respetar géneros, personas o tiempos. El amor es una palabra que alguien, quizás Shakespeare, inventó para contarnos hoy. Quizás lo reinventamos sin querer aunque no hayamos reinventado nada. Siempre estuvo allí y esperaba por nosotros. Esperaba por nuestro despertar. En la literatura estás presente. Allí te he poseído. Allí te poseo. Allí has sido carne sabrosa. Me amamantas con las mismas palabras con las cuales Bolaño llena y llena cuadernos que luego son novelas, que luego nos hermanan, que luego nos hacen amantes y vuelven a ser palabras en cuadernos ahora escritos por otro que no es Bolaño, sino Borges o Lawrence o Henry Miller. Eres literatura. Tus nalgas están en los libros de Vila Matas, por eso lamo cuidadosamente sus páginas. Tus muslos dos soberbios Pessoas, a quien le escribe Mario de Sa-Carneiro cartas suicidas. Tus senos, dos redondos y carnosos Lezamas, no he probado mejores banquetes. Tu boca, la boca que Cortázar dibuja sobre otra boca que es tu misma boca que mi boca nombra. Tu sexo es Lobo Antunes, allí donde se conoce el infierno, donde se interroga a los pájaros, donde se sacude el orden natural de las cosas. Tu sexo húmedo tratado de las pasiones del alma. Tu sexo babilónico, un fado alejandrino. Tu sexo, tus piernas abiertas, mi boca hecha agua, mi lengua que se enrosca. Mi sexo que se empina y que muere solo en el culo del mundo. Eres literatura, la que quisiera escribir si escribiera.

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