UN LOBO EN EL JARDÍN ZOOLÓGICO. Por Borja Hermoso

A ver cómo trata la Historia de la Literatura a António Lobo Antunes, pero nadie, ni sus detractores -que los tiene- le podrá negar a este señor de 58 años el esfuerzo de titán en la creación de unas imágenes que queman como lava y fluctúan entre precipicios de sensibilidad y pozos de amargura.
En el culo del mundo es un mirador privilegiado desde el que poder divisar el mundo de Lobo, sus fascinaciones. Y si no:
Si usted, señora, y yo fuésemos, por ejemplo, osos hormigueros, en lugar de conversar entre nosotros en este rincón del bar, tal vez yo me adaptaría mejor a su silencio, a sus manos detenidas en el vaso, a sus ojos de merluza de cristal flotando en algún lugar de mi calva o en mi ombligo, tal vez nos podríamos entender con una complicidad de hocicos inquietos olisqueando en el cemento añoranzas de insectos que no había, tal vez nos uniríamos, al abrigo de la oscuridad, en coitos tan tristes como las noches de Lisboa, cuando los neptunos de los lagos se desprenden del barro de su musgo y pasean por las plazas vacías sus ansiosas órbitas oxidadas.
El libro está construido sobre dos ejes: en los capítulos impares, un veterano de la guerra de Angola (António Lobo Antunes, póngase por caso) rememora el horror de la contienda colonial («aunque la guerra es demasiado horrible como para convertirla en material de ficción», admite Lobo, quien recuerda con espanto las espantosas mutilaciones, las prostitutas desdentadas de los suburbios de Luanda y los puntos con que los mandos premiaban a los soldados cada vez que mataban a un rebelde). En los capítulos pares, ese veterano trata de seducir a una señora en un bar de Lisboa, ante piscinas de alcohol.
El relato arranca en el zoo de Lisboa, a donde el narrador iba con su padre para ver cómo en el estanque de los hipopótamos se expandía la lenta tranquilidad de los gordos («todo es de verdad en este libro y en los otros, no hay casi nada inventado»). Y es cierto: uno va al fascinante zoo de Lisboa y allí siguen los hipopótamos tristes. Allí siguen las rejas viejas de los leones. Allí siguen las cacatúas de cabeza ladeada y los pingüinos con juanetes de conserje. Las águilas de piedra de la entrada.
Y como casi siempre, Lobo Antunes habla de la infancia desde la primera página. Y de la familia (en las primeras líneas de casi todas sus novelas aparecen el padre, el abuelo, la abuela, los hermanos...). Todo viene de la niñez, sostiene Lobo. ¿Por eso su literatura fluye en un presente elástico?

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