BREVE ESBOZO PARA UBICAR A VICENTE HUIDOBRO. Por Andrés Morales

Últimamente, la figura del gran poeta chileno Vicente Huidobro (Santiago, 1893-Cartagena, 1948) parece ser indispensable para cualquier visión, panorama o estudio medianamente riguroso de la poesía chilena e hispanoamericana. Antes no sucedía así, las largas sombras de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges o César Vallejo parecían oscurecer y hasta ocultar la voz de Huidobro. Desde los finales de los años setenta hasta hoy se ha comenzado a hacer justicia. Y, quizá, no han sido los críticos o exégetas los que han señalado la necesidad de reconocer la obra y la teoría poética del chileno. Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Juan Jacobo Bajarlía, Enrique Lihn u Oscar Hahn -poetas todos ellos a la par de ensayistas- han sido los primeros en recuperar la figura y el peso de Vicente Huidobro. Como digo, hasta bien entrados los años setenta la crítica casi no había dado nada de sí (1), o, si se había reconocido a este autor, sólo se le mencionaba en artículos, algunas críticas o en estudios panorámicos y misceláneos (2). Había que "redescubrirlo" en estas épocas de tanto revival, postmodernismo y nostalgia por las verdaderas pasiones: no las artificiales, sucedáneas o descafeinadas que ahora campean en el territorio de la estupidez y desorientación general en el universo de la poesía. Y, así, un buen día, los críticos ( se ha de subrayar que sólo unos pocos, aunque de gran calidad, Ana Pizarro, Hugo Montes, Mireya Camurati, George Yúdice, Antonio de Undurraga o René de Costa) revisaron, "re-vieron" e introdujeron al poeta en las cátedras de las universidades y en las así llamadas revistas serias.

Por otra parte, los lectores también se encontraban sumidos en la ignorancia o en el desconcierto. Las escasas ediciones o reediciones, las tardías Obras Completas, a la par de leyendas negras, no reconocidas influencias de más de un poeta "deudor" o la simple y llana ignorancia e ingenua clasificación de poeta francés o poeta burgués afrancesado (Huidobro, miembro antes que Neruda del Partido Comunista, aunque primero también en abandonarlo) y otras simplezas peores, contribuían a que el público no descubriera el valor de la obra huidobreana, el carácter y la auténtica revolución que produjo este poeta en el mundo de las letras chilenas, hispanoamericanas, españolas y hasta francesas. No hace falta argumentar más, basta con revisar el archivo del poeta cuidadosamente clasificado en la Fundación Vicente Huidobro de Santiago de Chile (3) para comprobar que muchas de las polémicas, el ciego partidismo literario y hasta la política se encargaron de ocultar la trascendencia de este autor. Pero el tiempo "que todo lo vence" ha alterado radicalmente el escenario del presente eliminando estos prejuicios y, de tal forma, que hoy por hoy, desde México hasta la Patagonia -e incluso en Europa- todos o casi todos los poetas actuales (y los no tan actuales) se sienten comprometidos, tributarios y deudores de la poesía del chileno. Se puede decir que se ha configurado un verdadero "tópico Huidobro" (¿qué diría entonces, ahora, Vicente? Antipoeta y mago, como el mismo se define en Altazor, sonreiría ante tamaña injusticia anterior -sufrida por el propio poeta y proveniente de sus colegas chilenos, españoles y franceses- como también de las desmesuradas aficiones y homenajes actuales).
Pero, ¿cómo situar a Huidobro, hoy, a ciento cinco años de su nacimiento? Difícil pregunta y, más que difícil, enrevesada por la proyección dispersa y secreta, durante un largo paréntesis de casi treinta años, o, por esta fiebre huidobreana que, al parecer, a todos nos afecta.
Situar a Huidobro, sin caer en la exageración de la apología o en el pecado de las "anteojeras" y de la parcialidad, significa revisar la historia de la poesía en castellano desde finales del siglo XIX hasta ahora. Quizás habría que anotar algunos puntos esenciales que hagan más fácil la comprensión de su figura, su gesto, su poética y su poesía.
En primer lugar, Huidobro escribe sus textos iniciales bajo el influjo del romanticismo, del simbolismo y del modernismo, como la mayoría de los poetas de la lengua castellana de esa época. La presencia de los poetas franceses, de Rubén Darío (a quien nunca rechazó, como si lo hizo con aquellos que repetían su estilo y establecieron una verdadera retórica postrubendariana) y hasta del lejano Gustavo Adolfo Bécquer, empapaban toda la poesía del continente americano y de España. Nadie se salvó ( ni aún Vallejo o Neruda) y tampoco Huidobro. No se trata aquí de descalificar semejantes influjos, pero sí de dejar en claro que los "esquemas" y el tono poético se repetían, trasnochadamente, hasta la saciedad. Vicente Huidobro en Ecos del alma (1911), Canciones en la noche (1913) o en Las pagodas ocultas (1914) cayó en este mismo problema. Tal vez, la etapa de formación del poeta sea la época de su producción menos interesante, aunque destacan formalmente -y de allí la inclusión de algunos de esos textos en la presente selección- los caligramas de Canciones en la noche, un esfuerzo sólo comparable, en Hispanoamérica, al del mexicano José Juan Tablada.
Tampoco escapó Huidobro a las teorías filosóficas del norteamericano Ralph Waldo Emerson o del uruguayo Rodó: Adán (1916), un poema de largo aliento, fundacional, aunque formalmente aún en territorios ya probados, intenta ver al hombre en su condición primera y con la capacidad de nombrar, decir y recrear al universo entero.
Pero, en ese mismo año de la aparición de Adán, ve la luz El espejo de agua, breve libro o plaquette que esboza totalmente el espíritu de la obra de Vicente Huidobro. Es allí donde se incluye el famoso poema "Arte Poética", casi un manifiesto, una declaración de principios, un "juramento" poético que, a la par con sus primeras conferencias ("La poesía") y manifiestos ("Non Serviam"), trazará las líneas de su nueva forma de poetizar. Desde aquí en adelante todo serán polémicas, algunas de ellas aclaradas o casi aclaradas ( como la acusación de antedatación de El espejo de agua, desmentida por el profesor norteamericano René de Costa, aunque puesta nuevamente en duda por la estudiosa chilena Paulina Cornejo), otras que aún pesarán de forma injusta en la mente de algún poeta o crítico excesivamente incrédulo, quisquilloso o parcial: en las que el "repertorio" varía desde si es él el "padre" del creacionismo o no, si fue influido o influyó por o en tal o cual autor, si realmente estuvo ligado y que importancia tuvo -e injerencia- en la gestación de la mediocre vanguardia española llamada ultraísmo, etc. Asuntos que, con el correr de los años, en vez de desprestigiar al poeta sólo han conseguido demostrar la estrechez de horizontes de los "acusadores" o bien, de los "defensores a toda prueba". Pero, no me detendré en estos problemas. Se irá a la obra auténticamente revolucionaria, refundadora, indómita y temeraria del Huidobro más revelador.
Como dije antes, es con la plaquette El espejo de agua (supuestamente editada en Buenos Aires en 1916) y, fundamentalmente con poemas como "Alguien iba a nacer" o "Arte Poética" ("...inventa mundos nuevos y cuida tu palabra [...] Por qué cantáis la rosa ¡oh Poetas!/ Hacedla florecer en el poema...") donde se enuncia el camino a seguir y que será proyectado en otra lengua, el francés, con Horizòn Carré publicado en 1917, en París. Allí aparecerán casi todos los textos del breve poemario de 1916 (4) con la excepción de "Arte Poética" -tal vez demasiado obvia en el París de las vanguardias- y se producirá la fusión entre los intentos de Reverdy y otros, los aciertos deslumbrantes de Apollinaire y los esfuerzos del chileno. Mucho se ha hablado de esta época, pero hay que recalcar que se trata de un momento de eclosión, de un boom (si cabe el término), de necesaria ruptura y oxigenante -en palabras Octavio Paz- que "contagia" a pintores, músicos, dramaturgos, novelistas, escultores, poetas y artistas en general -por programáticos o anárquicos que se autoproclamen- y que los hallazgos se comparten, se transmiten y sirven de precedente o influencia para los que llegan, o cambian o se inician en las letras y en las artes. Juan Gris tradujo, según el profesor René de Costa, poemas de Huidobro al francés y hasta intentó escribir una poesía propia o variaciones sobre textos del poeta de Altazor. Varesse musicalizó algunos poemas de Tablada y Huidobro, Picasso retrató junto a Gris al chileno, Delaunay ilustró el libro-poema Tour Eiffel, Arp escribió conjuntamente con Vicente Huidobro Tres novelas ejemplares (publicadas en Santiago de Chile en 1935), hasta Federico García Lorca, en España, dedicaría un hermoso poema de homenaje y reconocimiento para el chileno. Es imprescindible señalar los viajes de Huidobro a Madrid como puntos de flexión, conjunción y reflexión en torno a la poesía escrita en la península ibérica. La importancia de su encuentro con Rafael Cansinos-Assens, con Ramón Gómez de la Serna o con Guillermo de Torre (más tarde tenaz enemigo del chileno como queda explicitado en las múltiples injusticias cometidas en contra de la importancia de Huidobro en España en su Historia de las literaturas de Vanguardia) y más aún -por muy deficiente que sea su calidad poética como hoy podamos constatar- por el impulso definitivo que consiguió dar para el nacimiento del ultraísmo hispano y para producir un verdadero "remezón" en la conciencia y en los poemas de los autores españoles, tan importante como la lograda por Rubén Darío en sus viajes a la península. Gerardo Diego, el último y genuino exponente del creacionismo español y Juan Larrea (que luego erivaría hacia una línea distinta) son los "encuentros" más felices entre la poesía hispanoamericana y la poesía española. Incluso, al diferenciar a Diego, a De Torre, a Garfias y a Cansinos, Huidobro hace de sus estadías en Madrid algo verdaderamente renovador -aunque sólo sea para un grupo pequeño de iniciados- que permita a los poetas del llamado "Grupo de 1927" conocer las vanguardias y asumirlas (junto a sus búsquedas personales, claro está) y cambiar esa suerte de "retórica" archiconocida e intentar otra clase de poesía: más actual, menos aislada del resto de Europa, más contemporánea. Incluso, a través del ultraísmo español (que influenciaría al, en ese entonces, joven Jorge Luis Borges), el poeta chileno consigue un fenómeno muy especial (probablemente involuntario y sin mayores pretensiones): devolver la vanguardia a Hispanoamérica en un viaje de ida y vuelta al plantear -Borges mediante- las líneas del ultraísmo argentino. Curioso fenómeno: el creacionismo comienza a gestarse en América, se consolida, crece y se desarrolla en Europa y vuelve al nuevo continente con particularidades quizás distintas, pero con una intención semejante, esto es, replantear la poesía, olvidar los pasados influjos y construir una poética otra.
Y aquí surgen algunos problemas. Huidobro escribe, produce con gran velocidad. Publica libros en París, en Madrid, en Santiago de Chile; es antologado e incluido en revistas italianas, inglesas, norteamericanas, hasta checas y polacas… Su obra se fragua en el argumento del cambio, de la renovación (véanse los manifiestos que se incluyen en esta selección), pero, en el afán por lo nuevo, tal vez, pierde altura, emoción, llegada (como todos los vanguardistas en sus momentos ágidos al cuestionar todo arte anterior e incluso hasta la recepción del lector), transformándose en una "poesía de tesis" donde se quiere ejercer el cambio y demostrarlo a todas luces, antes que éste y aparezca en el poema y no con el poema. Sin duda encontraremos textos bellísimos, reveladores, abiertos a cualquier lector sensible, pero serán los menos. Desde Horizón Carré hasta la aparición de Altazor o el viaje en paracaídas (1931) y Temblor de cielo (1931), Huidobro seguirá (con excepciones como Hallalí, poéme de guerre de 1918 o los notables poemas de Tout á coup y Poemas árticos- en su trazo demostrativo, hasta pedagógico, si se quiere, de lo que para él debe ser la nueva poesía.
Con Altazor su obra consolida el "salto mortal" de la vanguardia (Cantos V y VII) y la belleza transparente, del asombro, penetrante, hasta producir la conmoción del lecor ("Prefacio", Cantos I, II y IV, por ejemplo). Lo mismo en el ya nombrado Temblor de cielo. El análisis de Altazor o Temblor… me llevaría a extender latamente estas palabras. Ana Pizarro, René de Costa, George Yúdice, Jorge Schwartz o Mireya Camurati, han conseguido magníficas interpretaciones. Lo importante es subrayar, desde la aparición de estos dos libros recién mencionados, la auténtica plasmación de forma y contenido que se produce en su obra. Un verdadero "Arco voltaico", como diría Huidobro, un arco del prodigio que ilumina el camino poético y que hasta podría oscurecer su trabajo anterior: Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y fundamentalmente sus póstumos Últimos poemas (1948, recopilados por su Hija Manuela Huidobro de Yrarrázaval) acrecientan la estatura del poeta y lo transforman de tal manera que su escritura se vuelve más espontánea, de la sangre, de alto vuelo y con una "emoción directa" fácil de recuperar. Es por esta razón que en esta selección que ahora presentamos se haga mayor hincapié en la inclusión de sus últimos trabajos a partir de Altazor y se deje fuera a aquellos tan marcados por la tradición formal (época de formación) o los que convierten a muchos de sus textos en lo que yo llamo "poesía de tesis" (época de consolidación y crecimiento del creacionismo).
El lenguaje, la expresión, el tono, el temple y la constitución o anatomía del poema hace del conjunto de estos libros últimos su aporte mayor a la poesía de este siglo XX. La locura, la fiebre del vanguardismo se alejan para que la voz del poeta entone el canto mayor con precisión, con rigor y buscando no el "truco" ni el "equilibrismo", sino la interioridad con mayúsculas, sumergiéndose en las preguntas esenciales del hombre , del poeta. Adivinando la fugacidad, la caída, el fin: presintiendo la muerte y redescubriendo a la naturaleza, ya no la ficticia o la imaginada, sino la real (véase, por ejemplo "Monumento al Mar"), para no sólo incorporarla como un escenario, sino hacerla surgir entre el espacio negro de la letra de molde y el espacio blanco, del silencio, de la página impresa.
Sin duda toda antología es injusta, parcial y subjetiva: nada nuevo bajo el sol. A pesar de esto y no queriendo dar excusas de antemano creo que la auténtica dimensión del poeta no sólo está en su obra, sino en la relevancia, en la presencia, en la vitalidad (que existe en sus poemas, qué duda cabe) pero ya imposible de recuperar completamente. Huidobro es poesía y poesía de arte mayor, pero también es el misterio de la voz prodigiosa, es una época, hoy revisitada sólo parcialmente, donde la pasión y la fuerza junto a una fresca e incomparable inteligencia lograban el hallazgo definitivo.
Tal vez ahora, en el fin de siglo y luego del primer centenario del poeta, logremos recuperar "la gloria y la sangre", el milagro de las utopías verdaderas, no el "post" ni el "pre": el ahora palpitante que nos sobrecoja en el placer del canto, la palabra, la voz.
Santiago de Chile, enero de 1993- abril de 1998

Notas

(1) Véase nuestra Bibliografía Mínima en torno a los estudios sobre Huidobro.

(2) La notable excepción la constituye Cedomil Goic con su volumen fundador La poesía de Vicente Huidobro. Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile. Santiago, 1956. Incluso unas primeras Obras Completas tendrían que esperar largos años (hasta 1976) para ver las prensas bajo el cuidado de Hugo Montes en la Editorial Andrés Bello de Santiago de Chile.

(3)En 1992 tuve el privilegio de trabajar en la constitución del Archivo del legado del escritor chileno con los funcionarios y bibliotecarios de la Fundación Huidobro, todos bajo la responsable e inteligentísima dirección de la Profesora Ana Pizarro, directora de la institución y del nieto del poeta y presidente de la misma, Vicente García Huidobro, lo que me permite afrimar con propiedad lo anteriormente dicho. Allí se encuentran celosamente microfilmados y clasificados los manuscritos, las revistas, antologías, cartas y poemas que lo enlazan con lo mejor de las letras de esa época: Gerardo Diego, Raymond Radiguet, André Malraux, Francis Picabia, Guillaume Apollinaire, Pierre Reverdy, Jean Cocteau, Juan Larrea, Federico García Lorca y un larguísimo etcétera.

(4) De allí es que he preferido su versión auténticamente creacionsita, reelaborada en ese libro parisino y traducida por José Zañartu, años después, al castellano. Igualmente, en esta selección, se ha utilizado el criterio de dar a conocer sólo las traducciones vertidas al castellano, más que nada por problemas de espacio. Las restantes versiones a la lengua materna del poeta pertenecen al mencionado José Zañartu, al poeta vanguardista chileno (miembro del grupo "Mandrágora") Teófilo Cid y al profesor y compilador de las Obras Completas de Huidobro, Hugo Montes.

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