Dos cuentos de Antonieta Madrid

Archivos Azules

Indaga inquisidor...
¿Quieres saber si he amado?
¿Cuántos y a quiénes he amado?
Tras un vuelo rasgado se cuenta una historia
Y todos callan...
MARÍA TERESA OGLIASTRI:
Sherlock Holmes

Nadie sabrá jamás de sus amores. ¡Nunca! Porque ella es una tumba y una tumba será siempre. Ni con el pensamiento revelará el secreto, propio de los archivos azules. había sido tan bello aquel encuentro. La relación perfecta. Un acoplamiento cósmico. La atracción llegó, como en un sueño, y se instaló entre los dos. Después se fue convirtiendo en un verdadero sentimiento. Habían decidico mantener el secreto. Acordaron no salir juntos. ¿Y si acaso llegaran a encontrarse con los amigos comunes? Pues nada, habían acordado comportarse como si sólo se tratara de una simple casualidad. Tendrían que sorprenderlos juntos para sospechar. Tendrían que tropezarse con ellos en sus propios caminos, en la entrada del lujoso edificio, en el exclusivo estacionamiento.
Como si vivieran en un mundo aparte, el idilio había continuado, sin interrupciones, ni sorpresas. Sino fuera por el inquietante paisaje a través del vidrio ahumado. Más allá de las enormes ventanas, los cerros poblados de improvisadas viviendas, de variados colores, rosado guayaba, verde seco, amarillo tierra, añil, salmón y todos los ocres. La gente subiendo y bajando por las empinadas escaleras. Unos en el rebusque, otros en la música, practicando el hip—hop, ensayando el rap, plomo verbal, heavy—rock y salsa brava free—style. Patineteros. Pelos engomados. Espejos rotos. Gigantescos montones de basura. Escombros apilados contra los muros.
Visto desde otra perspectiva, hasta podría resultar decorativo. Art trouvé, o tal vez, Pop Art, o Arte chatarra. Una estética de la inmediatez. Cosas de las nuevas tribus, de la sociedad mutante. Las casas con la pintura chorreada, los colores degradados, los empinados escalones confundidos con los arbustos creciendo a la deriva, y el barro, salpicándolo todo, haciendo juego con la gama de los ocres. Ella no puede impedir que aquel paisaje, propio de esa otra realidad abrumadora, la atormente, como un escozor, como un prurito que se extiende por todo el cuerpo y no la deja disfrutar enteramente de aquellos encuentros en los espacios del anonimato...
Sin duda, mirar a través del vidrio podría significar una epifanía, una revelación. Paisaje periférico de corte tercermundista. Sur. Sur. Sur... Filmable desde todas las ópticas. Conmovedor desde todo punto de vista. Pero ella no puede hacer nada para reparar las injusticias del mundo. Adscribiéndose al insoslayable instante eterno, se sentará ante la mesa para dos, segura de que él no mirará el paisaje, porque sólo tendrá ojos para ella. Tus ojos en mis ojos... Tus ojos en mis ojos... Tus ojos en mis ojos... Despúes, ya nada en este mundo podrá entorpecer la dicha mutua. Se entregarán a la pasión común. Las prácticas, todas. Desde el Kama Sutra hasta el informe de Kinsey, pasando por Las Mil y Una Noches, el Ikebana, el Agujero del Aleph, el Remolino del Maelstron, Fanny Hill, el Miedo de Volar, el Monólogo de Molly Bloom y sus propias imaginerías, estimuladas por las travesuras de Don Perignon y el Mousse de Parchita.
Resultaba obvio que el derrumbe no estaba previsto, porque, contrariamente a la pasión amorosa que se va instalando de a poquito en el corazón y en la mente de los amantes, y va creciendo con el tiempo, el derrumbe siempre nos sorprende, se presenta sin avisar, porque los derrumbes, como los infartos, como los accidentes, como los cataclismos, como las emboscadas, como las caídas, como toda mala noticia, no se ven venir, sino que irrumpen sorpresivamente en nuestras vidas, y cuando nos percatamos, ya no hay nada que se pueda hacer, porque se trata de algo ineluctable, algo que en el momento de ocurrir ya corresponde al pasado.
La complicidad mutua agregaba un sabor muy especial. Siempre estuvieron de acuerdo en lo desastroso que podía resultar el hecho de hacer público sus amores. En algunas ocasiones, planificaron viajes al exterior —se entretenían organizando los itinerarios— y en más de una oportunidad, llegaron a comprar —por separado y en distintas agencias de viaje— los pasajes. Pero al momento de hacer las reservaciones, decidían aplazarlo y la última vez, ella fue a Miami con su marido y él a Europa con su legal. Hubiera resultado un gran escándalo que una mujer casada, profesional de éxito, y un político notorio y reconocido, hubieran sido descubiertos a través del monitor de una agencia de viajes.
Un día cualquiera, una tarde lluviosa, llegó el momento aciago. Se encontraban en su nido de amor disfrutando bocadillos y martinis, protegidos apenas por la propia desnudez, cuando sonó el "click" de una llave en la puerta del apartamento y la habitación fue invadida por indeseadas presencias: Patricia, la esposa de un común amigo, vestida con ropa de gimnasio; el detective privado, el testigofotógrafo, y dos supuestos policías. la confusión reinaba en aquel recinto con fondo de música barroca. Los flashes refractaban el cristal de las copas, mientras los insospechados amantes, se miraban estupefactos, preguntándose cómo ellos, protagonistas de una historia digna de los archivos azules, habían podido ser confundidos con el marido de Patricia y su aún desconocida compañera...
Lamentando tan grave error de cálculo —por parte de los detectives—, Armando y Eugenia, los atónitos amantes, equivocadamente descubiertos, liberados por fin del peso del secreto que los agobiaba y dueños de su propia felicidad, se pasan, boca a boca, como en los primeros auxilios, la última aceituna de la última copa de martini.


Sueño Lúcido

Berlín. Otoño. Años noventa. Una mañana nublada, converso con Hernando en un café del Kurfürstendamm. Tomamos café con torta de manzana. Hablamos sobre nuestro futuro. Pienso que debo decirle la verdad: que todo ha terminado entre nosotros. Pero en lugar de hablar claramente, me muestro evasiva, desconcertada, inquieta y no logro encontrar las palabras apropiadas para expresar mis verdaderos sentimientos...
Abandonamos el café y nos desplazamos (a la velocidad del sueño) hacia lo que queda del Muro de la Vergüenza. En un tarantín cercano, venden pedazos de muro, terrones descoloridos que se desmoronan en las manos de los compradores. Después (siempre manteniendo la velocidad del sueño), nos encontramos en el Checkpoint Charlie. Caminamos alrededor. Tomamos fotos, el Café "Adler" al fondo. Compramos reliquias de la RDA, medallas, carnets de los oficiales, condecoraciones diversas.
Visitamos el Amerikanischen Sektor y mientras contemplamos los edificios alrededor, emerge de la niebla, nuestro amigo Esteban, quien vive en New York y, sin mediar saludo alguno, me pregunta con un simple y elocuente gesto: ¿...?. Ya lo decidí, le respondo. Estoy clarísima. Ni un día más...
En otra secuencia del mismo sueño, caminamos los tres por una ancha avenida. La atravieso y me encuentro sola, en una acera ancha, plantada de árboles simétricamente dispuestos. Segundos más tarde, Hernando se une a mi. Estamos ansiosos, agitados. Nuestro amigo, quien se había quedado rezagado, reaparece mágicamente. No logro explicarme (en el sueño) cómo, ni en qué momento, Esteban cruzó la avenida.
Estamos de nuevo los tres, apoyados en la baranda de una plaza, desde donde se puede divisar una barraca, al lado de una enorme arcada (la Puerta de Brandenburgo tal vez), de la que emerge una multitud de hombres y mujeres vestidos como para una comparsa. Van enmascarados y en las cabezas, lucen llamativos sombreros de variadas formas y colores. Hernando desaparece, arrastrado por la muchedumbre.
Al final del sueño, me encuentro apoyada contra la reja del Viktoria Park, junto a Esteban que me mira extrañado. Despierto y recuerdo que tengo una cita con Hernando, justo en un café del Kurfürstendamm. Rápidamente, me baño, me visto, y, sin siquiera tomar el desayuno, le pido al mozo del hotel que me llame un taxi, con urgencia...

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