Cadáver Exqusito. Apostillas del autor. Por Norberto José Olivar


Cadáver exquisito es una novela que, como en trabajos anteriores, mezcla diferentes géneros literarios, desde la crónica hasta la autoficción. En conjunto, es un relato que intenta atrapar el sentido de la vida del poeta marabino Hesnor Rivera, si acaso esto fuera posible, aclaremos.

La vida (o el sentido de una vida) es una incógnita, no es «biografiable», bien advirtió Antonio Tabucchi, de modo que, para acercarme a ese Hesnor íntimo y misterioso, tuve que valerme de todo lo que la literatura permite, que es casi todo como se sabe. Diremos que partiendo del canon tradicional de la novela histórica, específicamente, cuando diferencia entre fidelidad y autenticidad, advertimos, con cierto estupor, que algunos hechos han sido removidos de sus cronologías, algunos personajes de sus biografías, pero tal conmutación ilumina, créanme, las escurridizas y fragmentarias propiedades de la verdad histórica. Sin embargo: «Cualquiera que intente escribir historia contemporánea en una forma más perdurable que la de un artículo periodístico común, está colocando su cabeza bajo el hacha del verdugo», dijo Rajani Palme Dutt en una ocasión. Y ahora le creo mansamente.

Quizás sea la novela más difícil y divertida que haya escrito; difícil, porque la cercanía de los personajes y sus amigos y familiares me obligó a los más insólitos malabarismos y estratagemas; divertida porque, en definitiva, Hesnor Rivera es un hombre mágico y enigmático, la encarnación auténtica del surrealismo. Alguien me aconsejó que cambiara los nombres, pero, de haberlo hecho, no me habría entretenido en la andadura del texto, y los lectores, estoy seguro, lo cuestionarían. En cambio, ahora buscarán la verificación de lo dicho en contraste con su experiencia y por las relaciones que pudieron mantener con este ser extraordinario, por supuesto, muchos cuestionarán iracundos las “falsificaciones” y las “imprecisiones” acometidas, pero a unos y otros el libro les habrá sacado del tedio y el aburrimiento. Y claro, el único que llevará palos será el autor, pero ya estoy acostumbrado a esos arrebatos, que un ex cónsul de una potencia europea te insulte una hora vía celular es una cosa muy rica, o que los sabios novelísticos te descueren por tu ineficacia, te juro, es una sensación que lubrica cualquier estreñimiento. Realmente lo malo sería que nadie dijera nada, como dice Wilde, lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien.

Mi amigo Pierre Michon afirma que a él no le gusta inventar los personajes de sus historias, prefiere los fantasmas, a los verdaderos muertos, prefiere los archivos, y esa es, precisamente, la metodología de mi trabajo, ando por ahí resucitando muertos, y el morbo de la gente se excita con el asunto, nada disfrutan más que una historia real y secreta.

Esta es una novela con un solo personaje: Hesnor Rivera, el poeta luciferino de Maracaibo (y, claro, acaso el narrador), todos los demás son meros fantasmas, marionetas, zombis que van apareciendo para que el poeta diga sus parlamentos o haga lo que tiene que hacer. Es así, porque el mundo para Hesnor empezaba y terminaba en él y sólo en él. De modo que, para darle vida, me inventé un método un tanto surrealista: el «ego-paranoico-narrativo», es decir, nadie más existe en la realidad del relato (léase la vida), los demás son robots, visajes, seres acartonados que entran y salen de su vida. ADVIERTO: no es la novela del grupo Apocalipsis, es, que no quepa la menor duda, la novela de Hesnor Rivera. Lo cual me obligó, como narrador, a crear un mundo postizo —como él mismo—, una realidad desconectada del sentido común, para que el personaje pueda moverse a sus anchas, y, porque, a la vez, la vida del narrador se va pareciendo cada vez más a la de su personaje, en un curioso proceso de fusión y/o «hesnorización» que hace de ambos universos —el del narrador y el personaje— de una extravagancia muy maracucha y liliputiense, absurdamente autárquica y caricaturesca.

Tengo la sospecha de que he escrito un ensayo que parece una novela, o quizás, una novela que se la da de ensayo, pero estas imprecisiones territoriales ayudan a pintar mejor a un individuo tan extraño y exótico como el poeta Hesnor Rivera.

Ya lo dijo Luis Barrera Linares: es el personaje resaltante de esta historia, “cuyos linderos narrativos oscilan entre la biografía imaginaria y la realidad de la ficción”. Estas palabras del Profe Luis dan una buena pista de lo que hay en este libro tan raro.

Y por supuesto, en esta deriva funeraria, como en las anteriores, hay mucho de zapping literario, cosa que me divierte demasiado.

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