Rimbaud, icono permanente. Por Luis Antonio de Villena


Si uno hojea libros de jóvenes poetas de ahora mismo, no será raro que halle algún poema dedicado a Rimbaud. Rockeros famosos, desde Bob Dylan a Patti Smith, han escrito canciones sobre el muchacho de Charleville o han buscado imitar su aire de adolescente insatisfecho. Jim Morrison (el cantante de “The Doors”) decía que Rimbaud era su maestro. Milan Kundera dijo que todos los rebeldes del 68 eran “miles de Rimbauds”. Y por supuesto buena parte de la poesía posterior a él (desde “Una temporada en el Infierno” e “Iluminaciones”) lo ha seguido. Sin él no hubiera habido ni surrealismo, ni Aleixandre ni Neruda, por citar nombres evidentes. Arthur Rimbaud (1854-1891) fue un viento transformador de la lírica, aunque su carrera literaria -apenas conocida mientras vivió- sólo duró cuatro años y la abandonó del todo cuando él apenas contaba 20. Su figura -equívoca en muchos órdenes- ha contado y cuenta tanto como su escritura. Se marchó de su patria y su mundo, anduvo con hombres y con mujeres, experimentó sensaciones y privaciones y hasta fue traficante de armas (se ha dicho que incluso de esclavos) en Aden. Murió de un cáncer en Marsella con 37 años y una pierna amputada. Su hermana Isabelle -una beatona- trató de “limpiar” su imagen turbulenta, en tanto que su examante y gran poeta simbolista Verlaine (que hablaba de “la novela de vivir juntos dos hombres”) intentó decir la verdad y preservar su obra, que acaso Isabelle hubiera destruido.

El novelista norteamericano Edmund White (autor de libros de tema gay y de estudio, tan notorios como su biografía de Genet o el relato “La historia particular de un muchacho”) ha escrito un libro pequeño sobre “Rimbaud” que acaba de publicar entre nosotros Lumen. El texto es sencillo , claro, ameno y propende a resaltar las facetas gays del poeta adolescente,en especial su relación turbulenta con Verlaine que terminó con un tiro. No dice nada que no supiéramos, pero sí incide en preguntarse el porqué de su infinita perduración como icono de rebeldía juvenil desde finales del siglo XIX hasta ahora mismo. Y eso le da otro aura al básico y fiel manual. Tanto como James Dean, Rimbaud ha representado, con trascendencia intelectual, la idea viva del “rebelde sin causa”, del joven que no ama la sucia sociedad en que vive y busca escapar (no sólo geográficamente) sin saber bien cómo. Abierto a probarlo todo y a epatar a toda clase de burgueses y sacristanes, Rimbaud está detrás de toda la inquietud y el nihilismo de parte de la mejor juventud occidental de los últimos años. Imagen, santo y seña de la rebelión joven y del inconformismo, para leer o gustar de Rimbaud no hemos de hacer ningún viaje al pasado, por fructífero que fuere; Rimbaud sigue estando aquí y ahora. Desde el “místico en estado salvaje” de que hablara Claudel hasta los “bad boys” de tantas películas y novelas de hoy, incluso trivializados o estetizados en la moda, que ha puesto ojeras y delgadez y pelo revuelto a lo chicos guapos de las pasarelas… Complementario y mucho más vivo que el Ché Guevara, Rimbaud no representa la revolución que ha sido dogmática y ahora parece imposible. Representa la revuelta, la insumisión siempre frente a lo establecido. Tal es su éxito y su eternidad, sin olvidar (por supuesto) que se trató, además, de un poeta de primerísima fila. “Por delicadeza, perdí mi vida”.

Página del autor:

http://www.luisantoniodevillena.es/index.php

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