Rimbaud, icono permanente. Por Luis Antonio de Villena
Si uno hojea libros de jóvenes poetas de ahora mismo, no será raro que halle algún poema dedicado a Rimbaud. Rockeros famosos, desde Bob Dylan a Patti Smith, han escrito canciones sobre el muchacho de Charleville o han buscado imitar su aire de adolescente insatisfecho. Jim Morrison (el cantante de “The Doors”) decía que Rimbaud era su maestro. Milan Kundera dijo que todos los rebeldes del 68 eran “miles de Rimbauds”. Y por supuesto buena parte de la poesía posterior a él (desde “Una temporada en el Infierno” e “Iluminaciones”) lo ha seguido. Sin él no hubiera habido ni surrealismo, ni Aleixandre ni Neruda, por citar nombres evidentes. Arthur Rimbaud (1854-1891) fue un viento transformador de la lírica, aunque su carrera literaria -apenas conocida mientras vivió- sólo duró cuatro años y la abandonó del todo cuando él apenas contaba 20. Su figura -equívoca en muchos órdenes- ha contado y cuenta tanto como su escritura. Se marchó de su patria y su mundo, anduvo con hombres y con