Poemas de Petrarca




A una joven en un verde laurel

Vi más blanca y más fría que la nieve
que no golpea el sol por años y años;
y su voz, faz hermosa y los cabellos
tanto amo que ahora van ante mis ojos,
y siempre irán, por montes o en la riba.

Irán mis pensamientos a la riba
cuando no dé hojas verde el laurel;
quieto mi corazón, secos los ojos,
verán helarse al fuego, arder la nieve:
porque no tengo yo tantos cabellos
cuantos por ese día aguardara años.

Mas porque el tiempo vuela, huyen los años
y en un punto a la muerte el hombre arriba,
ya oscuros o ya blancos los cabellos,
la sombra ha de seguir de aquel laurel
por el ardiente sol y por la nieve,
hasta el día en que al fin cierre estos ojos.

No se vieron jamás tan bellos ojos,
en nuestra edad o en los primeros años,
que me derritan como el sol la nieve:
y así un río de llanto va a la riba
que Amor conduce hasta el cruel laurel
de ramas de diamante, áureos cabellos.

Temo cambiar de faz y de cabellos
sin que me muestre con piedad los ojos
el ídolo esculpido en tal laurel:
Que, si al contar no yerro, hace siete años
que suspirando voy de riba en riba,
noche y día, al calor y con la nieve.

Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve,
pensando igual, mudados los cabellos,
llorando iré yo siempre a cada riba
por que tal vez piedad muestren los ojos
de alguien que nazca dentro de mil años;
si aún vive, cultivado, este laurel.

A oro y topacio al sul sobre la nieve
vencen blondos cabellos, y los ojos
que apresuran mis años a la riba.


Soneto a Laura

Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.

Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.



Sextina

El aire denso y la importuna niebla,
toda asediada por rabiosos vientos,
pronto tendrán que convertirse en lluvia;
si ya son casi de cristal los ríos,
y en vez de verde césped por los valles
no se ve otra cosa que escarcha y hielo.

Y yo en mi corazón, más frío que hielo,
llevo de grandes pensamientos niebla
como la que nace en estos valles,
unidos contra los amorosos vientos
y circundados de estancados ríos,
cuando del cielo cae lenta lluvia.

Poco tarda en irse el agua de lluvia
y el calor en derretir nieves y hielo,
que hacen más soberbios a los ríos;
nunca ocultó el cielo tan densa niebla
que, cabalgada por furiosos vientos,
no huyese de los cerros y los valles.
 
Pero qué importa que florezcan valles
Si voy llorando bajo el sol y lluvia,
Bajo cálidos o gélidos vientos;
si algún día alcanzo a vivir sin hielo
por dentro, y por fuera sin usual niebla,
veré secarse mar, lagos y ríos.

Mientras al mar desciendan los ríos
y las fieras busquen los frescos valles,
tendrán sus bellos ojos esa niebla
de la que nace en mis ojos su lluvia,
y en el pecho hermoso aquel duro hielo
que rompe el mío en dolorosos vientos.

Sabré perdonar a todos los vientos
por amor de quien entre estos dos ríos
me encerró entre césped y el dulce hielo,
y dibujó luego por mil y un valles
mi sombra, que ni el calor ni la lluvia
ni el trueno atendía su rota niebla.

Nunca más huyó niebla de vientos
como aquel día, ni ríos de lluvia,
ni hielo cuando el sol abre los valles.

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